Domingo después de ver una primera película, me dispongo a ver otra con desconfianza por mi anterior mala elección. Opto por una que tiene una pésima traducción a nuestro idioma, Comanchería, cuando su título original, Hell or hight water, resulta mucho más acertado para lo que estamos a punto de ver.
El mercado de Hollywood tiene un objetivo claro: aumentar las ganancias con películas atractivas pero de dudosa calidad para el consumo en masa. Pero no nos olvidemos que también es una ventana que proyecta la reflexión, la queja, la protesta y el pensamiento de una sociedad que mantiene una constante dinámica de auto-crítica. Caso del que me encuentro hoy hablando. Pequeñas joyitas de cine independiente que golpean al espectador con una historia de la vida cotidiana norteamericana, con un gran contenido de critica social, abordando temas como la situación de las razas minoritarias, el blanqueo de dinero, la libertad de posesión de armas o, de manera muy destacada últimamente, el sistema financiero de EEUU y la banca que oprime a las clases bajas para salvarse a si misma de su propia y pésima gestión.
Esta película no está hecha para todo tipo de paladares. Aquel que busque un producto de acción lleno de atracos y persecuciones que se abstenga, puesto que es posible que la califique de tostón inmerecidamente. Pero los que buscan contenido con una carga de reflexión pueden encontrar aquí su película. La trama es sencilla pero rica en matices, una vuelta de tuerca al western clásico en la que las diligencias son sustituidas por todo-terrenos. Película de atracadores de bancos y un sheriff que les quiere dar caza pero con una profundidad humana digna del mejor cine. Aquí no importa si el bueno es el más bueno o el malo es el más malo, ya que aquí lo que importa es el desarrollo de los personajes. Una historia triste pero real que hará temblar hasta al más duro de corazón porque esta cinta es un gran puzzle en el que todas las piezas encajan. Los encuadres potencian la narración y los diálogos dan riqueza a los personajes, incluso los silencios refuerzan el sello poético de la cinta. Además, con su incitación a la reflexión moral tras su visionado aporta multiplicidad de lecturas.
El reparto no podía ser menos que el resto de la producción, con una pareja protagonista, Chris Pine y Ben Foster, simplemente irreconocibles. Alcanzan una cota de gran madurez, con actuaciones contenidas pero siempre elocuentes, capaces de provocar empatía y solidaridad incluso en los momentos más salvajes. Una mención especial se merece el ya veterano Jeff Bridges, el cual merecidamente fue nominado al Oscar al Mejor actor secundario por este papel.
En el apartado técnico tampoco encontramos sorpresas. La fotografía es de gran belleza, capturando polvorientos escenarios de la Texas más profunda. La acción es limitada, por lo que los efectos especiales son escasos aunque de calidad, y en su realismo contribuyen a hacer sobrecogedoras algunas escenas. La banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis también se adpata como un guante a lo que estamos viendo.

Estamos ante una de las mejores películas del año pasado, un tipo de producto añorado por su excasez en nuestro cine más inmediato. Me siento obligado a recomendar este tipo de trabajos, por ser cine con mayúsculas y tener cantidad de carga moral y social.


Toby (Chris Pine), un joven padre divorciado, y su impulsivo hermano Tanner (Ben Foster), un ex presidiario recién salido de la cárcel, se dirigen al Oeste de Texas para realizar una serie de robos en unas pocas sucursales bancarias. El objetivo de Toby es intentar poder conseguir el dinero suficiente como para poder salvar la granja familiar, que está en peligro. Nada más cometer el primer robo, un veterano Ranger de Texas (Jeff Bridges) y su compañero irán tras la pista de los hermanos.

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